Ya hace unas semanas, Xi Jinping logró obtener un tercer periodo de mandato como presidente de la República Popular China, convirtiéndose en el primer hombre en cumplir más de dos periodos desde la muerte de Mao Zedong, y si bien la elección ya estaba cantada, no deja de ser intrigante cómo el país asiático se ha vuelto a acercar a un modelo autocrático después de tantos años de cierta liberalización. Sin lugar a dudas, el gran suceso que puso en evidencia el cambio político que ha vivido China en los últimos tiempos fue la expulsión del expresidente Hu Jintao del congreso del partido, y si a eso se le suma que el episodio fue de las primeras cosas que las cámaras internacionales pudieron captar, entonces el mensaje queda claro: Xi Jinping ejecutó una purga ante los ojos de todo el mundo, y ahora, él es el mandamás del partido.
Para entender la magnitud del asunto, hay que ir al pasado, al año 1978, cuando el reformista Deng Xiaoping sucede a Mao Zedong como líder de China. Los años de Mao fueron duros no solo para la economía por culpa del “gran salto adelante”, sino también para la política, pues el sistema desarrollado fue uno personalista, en el que la voluntad de Mao era la última palabra, y cualquier opinión contraria se consideraba una traición a castigar. Con la llegada de las reformas, uno de los objetivos principales del nuevo gobierno fue justamente cambiar el régimen político; se le daría más poder al politburó y al comité del partido, de tal manera que el presidente fuera un “primero entre iguales”, y, por supuesto, se incluyeron límites de mandato: los presidentes sólo durarían 10 años en el cargo, de tal manera que nunca se repitiera el escenario de un hombre teniendo la máxima autoridad por demasiado tiempo (Mao duró casi 30 años). Decir que estos cambios “democratizaron” a China sería una falacia, pero, sin lugar a dudas, abrieron un poco la política del país, migrando de una autocracia a un sistema de discusión entre pares tecnócratas.
Hu Jintao, el hombre al que Xi expulsó, pertenece a la generación de Deng, recorrió la carrera burocrática completa, y su gobierno mantuvo la apertura que venía dando desde finales de los 80. Pero ahora, las cosas han cambiado: Xi Jinping se ha reelegido por segunda vez, ha posicionado personas útiles a él de tal manera que ya no es “primero entre iguales” sino el líder indiscutible, e incluso ha incluido en la constitución china parte de su filosofía del “sueño chino”. Xi quiere que en el futuro se le vea como a Mao, un líder indiscutible y poderoso, pero también quiere que lo vean como a Deng Xiaoping, un arquitecto de una nueva China más fuerte ante el mundo.
Pero la ambición de Xi tiene varios obstáculos por delante. El dilema de Taiwan, uno de los principales puntos del discurso nacionalista del presidente, podría desenvolverse de una manera muy diferente a la que la potencia asiática espera; con la guerra de Ucrania, se ha demostrado que la diplomacia occidental no es tan blanda como había parecido en los últimos años. Por otro lado, el gran objeto de orgullo de China durante el último medio siglo, el crecimiento económico, podría estar en problemas: la política de tolerancia cero hacia el COVID, que incluye confinamientos estrictos, ha frenado la actividad interna y el riesgo de una crisis inmobiliaria y financiera se pronuncia cada vez más debido al riesgo de quiebra de uno de los gigantes de la construcción China, “Evergrande”.
Por si alguien no dimensiona lo que puede conllevar una crisis inmobiliaria-financiera, basta con decir que la década perdida de Japón o la Gran Recesión de 2008 tuvieron orígenes de esta naturaleza, y al menos en el caso Nipón, nunca se recuperaron por completo. Hay que decir que, si bien muchas de estas situaciones se venían cocinando desde hace mucho tiempo, los últimos 10 años bajo el timón de Xi Jiping han agravado muchos de los problemas, y ahora existe el riesgo de que el presidente se haya pegado un tiro en el pie.
Xi Jinping se ha reelegido una vez más, ha consolidado su poder en el partido, y ha impuesto su visión de país como la que hay que seguir, pero el mandatario tiene que tener cuidado de que, en vez de ser un Mao o un Deng, termine siendo como un emperador Qing: el último de una dinastía que cayó y nunca más volvió. Pase lo que pase, la comunidad internacional, y nosotros como ciudadanos de un mundo conectado, debemos estar atentos a lo que suceda en la segunda potencia mundial durante los siguientes años.
Referencias:
· Mundo, R. (2022, 28 octubre). El misterio por la supuesta expulsión del expresidente Hu Jintao en China. ELESPECTADOR.COM. https://www.elespectador.com/mundo/mas-paises/el-misterio-por-la-supuesta-expulsion-del-expresidente-hu-jintao-en-china-noticias-de-hoy/
· La burbuja inmobiliaria que hizo «perder» a Japón una década entera. (2015, 12 agosto). abc. https://www.abc.es/economia/20150610/abci-decada-perdida-japon-201506092001.html
· La Vanguardia. (2022, 25 octubre). ¿Puede China sufrir una gran crisis financiera? La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/economia/20221025/8570796/china-sufrir-gran-crisis-financiera-brl.html
· Deutsche Welle (www.dw.com). (s. f.). Xi Jinping obtiene un histórico tercer mandato consecutivo. DW.COM. Recuperado 3 de noviembre de 2022, de https://www.dw.com/es/xi-jinping-obtiene-un-hist%C3%B3rico-tercer-mandato-consecutivo/a-63529668
· Deng, K. G. (2011). China’s Political Economy in Modern Times: Changes and Economic Consequences, 1800-2000. Routledge.
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