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Las redes sociales y el Congreso: un análisis de la representatividad

Sergio Luis Padilla

La posesión de los parlamentarios en el Congreso solo denota la victoria de las redes sociales y los medios de comunicación masiva sobre nuestras vidas. La mayoría son inexpertos en la política pública, mas se configuraron como activistas y figuras mediáticas.

Estos brindan una cara joven y renovada al Congreso, donde son fiel reflejo de la juventud a la que representan: un conjunto de inexpertos que con la indignación y la emotividad sulfuran a su público para que su excitación los haga virales. Los nuevos congresistas han logrado sus puestos a través de los discursos superfluos, los eslóganes repetitivos y consignas sencillas; no tienen detrás un corpus filosófico, histórico o jurídico. Empero, estos sí tienen una fuerza literaria que les hace llegar a tantas personas.


No son nada más y nada menos que figuras trágicas, aquellos que buscan representar al impotente, desahuciado y dolido colombiano que no puede hacer nada ante las fuerzas de la oligarquía colombiana que le exprime y evita que llegue a una vida idílica con su comunidad.

Ahora, sabemos que esto no es así, pues la mayoría de estos nuevos congresistas son universitarios, residentes urbanos y no vivieron aquello de lo que hablan. A lo mucho, son unos espectadores de la dura realidad del narcotráfico, el desplazamiento forzado y el conflicto armado en el país. Empero, estos derivan cierta fuerza moral de su perspectiva de estos sucesos y desean recontarlos a la luz de sus ideologías. Lo anterior le da una impronta actual al pasado, ya los sucesos no son como fueron, sino como ellos los contaron; aquí se ve la importancia de las historias y cómo se cuentan. Estos congresistas que con sus cortometrajes en Tik Tok y videos en Youtube buscan darle un sentido al pasado solo están ocultando aquello que desean mostrar: al pueblo colombiano.


Ya los protagonistas de estas historias no son quienes las sufrieron y hoy día siguieron sus vidas, sino estos activistas que pretenden darles nuevas luces a estos fenómenos. Ya la historia no es la que importa, sino el narrador. Esta es una expresión de narcisismo que sufren quienes no ven las cosas como son, sino como ellos son, lo cual es típico de quien no tiene una búsqueda desinteresada de la verdad, sino que posee toda una carga ideológica o pasional que se imprime sobre los sucesos.

Este suceso es trágico, en cuanto distrae la atención del colombiano común que no es representado por esta minoría de activistas que están en el Congreso. Sin embargo, esto no es nuevo. El mismo sistema parlamentario está configurado para que haya una división entre las personas por diversas ideologías. La naturaleza del Congreso es una generadora de escisiones.


Es muy sencillo de explicar, los partidos políticos en el sistema colombiano se sostienen por la personería jurídica que les endilga el Consejo Nacional Electoral. Estos escogen a sus candidatos por listas cerradas y se postulan para ciertos cargos, los que solo pueden alcanzar con mayorías en unas elecciones. Ahora, hay muchos partidos políticos en nuestro país y más candidatos aun, los cuales nadie conoce bien. Si uno mira a un tarjetón, no se puede señalar quién es el hermano, hijo o vecino de quien; a lo mucho se sabe el nombre y el apellido del candidato. A esto se le suman sus propuestas, nadie tiene el tiempo ni el espacio para comparar candidato a candidato y propuesta a propuesta. Por lo que, al final del día se elige sin toda la información sobre la mesa y por un desconocido al que no se le puede hacer control alguno.


A anterior se añade que la mayoría de ciudadanos no conocen bien los mecanismos para hacerle control al político de turno o no entienden la manera de rendirle cuentas por sus acciones. En antaño se podía exigir al rey y a los aristócratas sin mayor problema; se acudía directamente ante ellos y se les podía pedir en su cara que cumplieran sus funciones. Hoy día hay más intermediarios y pasos que pueden terminar en nada. El control político hoy es menos exigente, más tortuoso y complicado; no se pone el pellejo al darse la cara, sino que es más fácil esconderse detrás de un puesto o cargo.


El mejor ejemplo de esto lo encontramos en personajes como Dick Cheney, quien aseguró la Guerra en Iraq bajo el pretexto de las «armas de destrucción masiva» que jamás se encontraron; mas este vive tranquilo por su casa sin consecuencia alguna. Si un rey iba a la guerra porque sí, sus nobles le harían una guerra o la Iglesia lo cuestionaría duramente. El rey da la cara y pone su pellejo en juego, Dick Cheney sigue rondando las calles tras destruir un país entero.


Esta dinámica convierte al sistema electoral en uno de anónimos escogiendo anónimos. Nadie se conoce ni puede conocerse por la saturación de información presente. Y solo se les puede conocer por un par de cosas que se supone los diferencia de los demás, hay de todo y no hay nada. Acá la unión es imposible.


Esto lleva a que naturalmente haya una distancia entre un órgano aparentemente representativo y quienes lo escogen, lo cual se amplía con plataformas como Tik Tok. Donde no se deja entrever a la persona detrás, sino la puesta en escena que esta representa, el personaje, sus historias y un mito en últimas. La consecuencia de esto es que nunca se escoja a una persona en sí, sino a un personaje. El votante elige a quien más le simpatiza de esa masa de personajes. El Congreso, en últimas, no es nada más, ni nada menos, que un circo, donde gana quien más entretiene a los votantes y se divide entre movimientos que no se sustentan en ideas o tradiciones, sino en coyunturas y emociones que suben y bajan con la efervescencia de sus líderes junto a los discursos que les dan vida o muerte.

No hay uniformidad de agendas, propósitos o motivos entre los congresistas, sino que prima en cada uno sus intereses e historias. Una agenda donde ya no se ve a la historia de los colombianos, sus fines y anhelos, sino los de estos desconocidos que se unen para consentir en una agenda que se impone sobre la realidad.


Así que, aun cuando hay consensos y uniones entre los representantes, estos no representan a nadie ni son conocidos por su electorado, lo que los hace más extraños aún. No se ve la unión entre los ciudadanos ni los movimientos populares que aglutinan a la sociedad en una figura, sino en decenas de partidos y candidatos que dividen al electorado.

Como bien se sabe, una casa dividida no puede sobrevivir. Su consecuencia natural es que en cada elección se cambie de agenda y no se pueda guiar la nación a largo plazo, se promueven las decisiones a corto plazo para que el efecto mediático sea mayor. Este cambio es aparente, pues la estructura es la misma: unos desconocidos se pasan entre ellos el mango, mientras nadie puede quitarles el sartén.


El mejor ejemplo de esto es que nadie puede nombrar las fechas de nacimiento, apellidos, padres y vecindarios donde viven los congresistas. Por el contrario, sí se puede hacer esto con un rey, por ejemplo. Este sistema despersonaliza y cuantifica a las personas, cada vez es más difícil saber quién gobierna y cómo gobierna.

Ya no hay figuras que representen a toda la sociedad o busquen unificarla, sino continuas divisiones por intereses velados. Cada elección es un salto de fe y una esperanza en que este personaje llamado candidato cumpla con aquello que prometió sin conocerle bien o exigirle frente a la comunidad.


¿Habrá algún sistema político donde se le pueda exigir a una persona frente a la comunidad y se conozca a esta, su familia y sus amigos al tiempo que se pierda esa anonimidad atrás descrita? Este es el gran problema de nuestros sistemas «representativos» y de las redes sociales, al final del día solo tratamos con extraños y nos sentimos más extraños donde deberíamos sentirnos más acogidos, que es en la comunidad política.


Ya no hay personas, sino números; no hay candidatos, sino imágenes; menos hay representantes, sino actores. Esto solo causa mayores enrarecimientos entre vecinos y compatriotas, ya no se conoce más que por espejo en vez de cara a cara. Lo anterior solo perpetua la violencia, la indecencia y los ataques, ya que es más fácil coaccionar a quien no se conoce, que a quien se conoce. Uno no coacciona tan fácilmente a quien aprecia, pero sí a un desconocido. Lo que explica la naturaleza tan conflictiva de las sesiones del Congreso y el uso de hombres de paja en los discursos, no se conocen entre ellos y deben llegar a consensos que dictaminan la vida del electorado.


En un Congreso no puede haber armonía ni unidad en todo, a lo mucho hay acuerdos que poco tardan y son mudados por otros desconocidos que llegan al cargo. Así pues, nuestro sistema electoral posee fallas estructurales que anteceden a esta generación de activistas que llega. Ellos solo amplían lo que siempre fue el Congreso: un circo lleno de actores.

Nuestro sistema promueve esta disonancia y genera tensiones inescapables que solo distancian más al colombiano común de sus políticos, lo cual se amplifica y multiplica con las redes sociales que son los anfiteatros de nuestra era. La gran diferencia es que en la Magna Grecia las tragedias terminaban y la gente se conocía, acá la tragedia continua entre los desconocidos.

 
 
 

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