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Bogotá, la ciudad que no es de nadie


Bogotá carga con la fama de ser una ciudad fría, y no solo por su clima. La capital parece un territorio de tránsito más que un hogar, un lugar donde la empatía se ha diluido entre la inseguridad, la desconfianza y la falta de garantías. Esta sensación de que la ciudad "no es de nadie" nos ha llevado a una especie de desconexión colectiva: si algo está mal, si algo se deteriora, si algo se pierde, simplemente no es nuestro problema.


El ejemplo más evidente de esta indiferencia se ve en las calles y en los espacios públicos. Más allá de la precariedad de algunos servicios, lo que realmente resalta es la falta de control y respeto. No es solo que las reglas no se cumplan, sino que hemos aceptado su incumplimiento como parte del paisaje. La ciudad nos ha enseñado a ser apáticos, a bajar la mirada, a no intervenir, porque el costo de hacerlo puede ser demasiado alto.


Pero esta apatía no sólo se manifiesta en los aspectos negativos. La desconfianza también nos ha arrebatado la capacidad de ayudar. Nos preguntamos si vale la pena involucrarnos cuando alguien necesita asistencia, si es seguro detenernos a prestar ayuda o si es mejor seguir de largo. La solidaridad, en muchos casos, se ve opacada por el miedo.


Transformar esta realidad no es solo una cuestión de más regulaciones o sanciones. Sí, es necesario fortalecer el control y la seguridad, pero el cambio más difícil –y más importante– es el de nuestra mentalidad. Bogotá necesita más ciudadanos que la sientan suya, que se apropien de sus espacios, que cuiden lo que es de todos. Porque cuando una ciudad no es de nadie, termina siendo de quienes menos la valoran.


Foto tomada de: Pinterest.

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