Las últimas semanas han representado importantes cambios para los hábitos creados durante la pandemia. Los meses posteriores a marzo del 2020 representaron una ruptura en el esquema al que estábamos acostumbrados, especialmente en cuanto a la dimensión educativa: levantarse 10 minutos antes de la clase, ingresar al aula -que trasmutó a una esfera virtual- mediante un link de Zoom, con interacción humana limitada a la pantalla, repitiendo este ciclo que parecía no tener fin, en una bruma de desconfianza y recelo hacia el porvenir. Sin embargo, la vacuna milagrosa representó el final de los oscuros tiempos, precipitándose un nuevo ciclo, cuyo propósito no es otro diferente al retorno al estilo de vida previo a la cuarentena.
Así es como llegamos al momento actual, comúnmente conocido como nueva normalidad, un fenómeno que representa una vuelta parcial a la cotidianidad prepandémica. Ahora bien, las manifestaciones de esta nueva normalidad, en el ambiente rosarista, representaron la implementación de modalidades de clases que permitiesen la asistencia de los estudiantes, respetando las medidas de distancia; el acondicionamiento de la infraestructura que permitiera el desarrollo de las clases -cámaras y micrófonos en los salones, filtros de aire, lavamanos y dispensadores de gel antibacterial- y más recientemente, campañas de vacunación dentro del Claustro. De esta forma, la apuesta por la presencialidad ha sido una de las banderas claves de la Universidad, tal como se evidencia en los comunicados institucionales y en la pasada inscripción de materias en la que la mayoría de los cursos ofertados fueron 100% presenciales.
Esta nueva etapa de la nueva normalidad -porque sí, tiene etapas- despierta grandes inquietudes dentro de la comunidad rosarista, a la vez que revive sentimientos, despierta la melancolía y revive la esperanza del retorno al Claustro. Es así como algunos miembros de nuestra comunidad han decidido ser partícipes de este relato contándonos sus percepciones con respecto al tema:
“Con respecto al retorno de la presencialidad, considero que es una excelente medida, pero que no debe dejarse de lado lo que se logró con ocurrencia de la pandemia. En mi caso, teniendo en cuenta que no viajaré a Bogotá durante este semestre por un asunto meramente familiar, fue demasiado complejo encontrar una oferta académica amplia en modalidad mixta o remota, y es a esto a lo que me refiero cuando manifiesto que no debe dejarse de lado lo logrado durante la virtualidad.
Conservar estos espacios virtuales no solamente resolvería temas complejos como el hecho de que un estudiante esté contagiado y no pueda asistir a su clase presencialmente (y no pueda ver la grabación), sino también casos como el mío, en los que situaciones económicas y/o familiares dificultan nuestra asistencia de manera presencial”.
Jesús David Guarín – Estudiante de 7mo semestre de Jurisprudencia.
“Debo confesar que los días previos al retorno a la presencialidad estuvieron marcados por un gran sentimiento de incertidumbre. Por un lado, me planteaba con frecuencia si había tomado la decisión correcta al volver a Bogotá, a pesar de los niveles de contagio e inseguridad que azotan la ciudad actualmente. Por otro lado, tenía altas expectativas sobre las responsabilidades que conlleva vivir sola nuevamente después de haber compartido casi dos años al lado de mi familia. Sin embargo, todas estas dudas se resolvieron al momento de llegar a nuestra sede y sentir la calidez que caracteriza a los rosaristas, quienes desde la entrada de nuestro magnético Claustro me hicieron entender que, aunque retornar me aleje físicamente de mi familia, la Universidad del Rosario me brinda una nueva”.
Hada Marina Molina – Estudiante de 7mo semestre de jurisprudencia.
En suma, el retorno a la presencialidad nos llena de expectativas, pero también de preguntas y cuestiones que tal vez no fueron suficientemente ponderadas por las directivas. Así pues, medidas como la disminución en la oferta de cupos para las clases virtuales, o la reducción del distanciamiento físico en los salones resultan, en realidad, atentando contra la presencialidad, fomentando las aglomeraciones y aumentando aún más la posibilidad de contagios.
Por otro lado, la decisión de no grabar las clases resulta una de las medidas más controversiales para la comunidad estudiantil y a mi juicio, es tal vez el mayor retroceso en los avances logrados. En efecto, antes de Zoom, las grabaciones de las clases no estaban oficialmente permitidas, pero se hacían de manera clandestina. Sin embargo, la virtualidad permitió la formalización de la práctica -que nunca fue obligatoria para los docentes, quienes podían optar por pausar o detener la grabación-, lo cual permitió a los profesores tener el control sobre el material grabado, y a los estudiantes, les permitió acceder al contenido de la clase, incluso cuando alguna situación de fuerza mayor impidió su asistencia; les permitió la revisión y repaso de las clases y la comodidad al momento de tomar apuntes.
Aunado a lo anterior, también genera inquietud la continuidad de las licencias de Zoom, las cuales han suministrado la herramienta más idónea para el desarrollo de actividades grupales como trabajos o talleres, haciendo más eficiente el aprendizaje.
Para concluir, se debe de resaltar el esfuerzo que han realizado las directivas y demás miembros de la comunidad rosarista, aportando para que podamos estar devuelta en el Claustro. Sin embargo, retomar la vida tal cual la conocimos antes de la pandemia supondría desconocer gran parte las ventajas que trajo consigo la virtualidad, puesto que las herramientas de tecnología representan, sin lugar a duda, una ventaja para propiciar los espacios de aprendizaje.
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