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Democracia: Un juego que no distingue verdades de mitos

Juan Esteban Triviño Betancourt

¿En qué se diferencia la religión de la política democrática? Las religiones tienen un dios, ya sea Zeus, Odín o cualquier otro nombre que se le quiera dar, que es adorado por su ayuda benevolente o es increíblemente temido por su capacidad de destruirnos. Las personas, durante el transcurso de la historia, han acomodado su conducta personal y el propósito de su vida para satisfacer a ese dios, incluso creando grupos de sacerdotes y monasterios para expandir su nombre y prestigio. Todo esto fue posible gracias a la capacidad humana de crear ficciones basadas en supuestos imaginarios para apelar a las emociones del receptor y persuadirlo, transformando su percepción de la realidad.


¿Acaso la política no funciona de la misma manera? Tan solo basta con la creación efectiva de una ficción para que las personas sientan identidad por ese “dios”. Así como las personas le tenían mucho temor al dios Hades por su asociación imaginaria con la muerte, así lo hacemos con ciertos candidatos políticos durante las elecciones porque tenemos una asociación imaginaria con la destrucción del país. Estas ficciones han generado el beneficio de que podamos unirnos en redes cooperativas por causas similares, pero también ha generado conflictos que van más allá de lo que pensamos. Yuval Noah Harari, un reconocido historiador, concluyó que las ficciones imaginarias nunca responderán a un principio de justicia. Por ejemplo, las religiones se encargaron de jerarquizar a la sociedad, generando grupos artificiales, dando privilegios a los “creyentes iluminados” e inconscientemente discriminando a los demás. Esta discriminación inconsciente, junto con un sentido de superioridad, ocurre hoy en día con los discursos políticos que, por medio de un eslogan, se encuadran en darle privilegios a un grupo ficticio de personas: a los ciudadanos de bien, a los jóvenes, a los ambientalistas, etc. Pero todo lo anterior son banderas, utilizadas por un político con intereses individuales, que generan el sentimiento de que un “dios” va a velar por ellos y crea la idea de que el ciudadano es quien está liderando la lucha, cuando en realidad todo se reduce a una estrategia de marketing para alcanzar un número necesario de seguidores que lo lleven al poder.


Una ficción, que funcione de manera efectiva en la política, tiene dos etapas. En primer lugar, tiene que generar algo que todos los seres humanos buscan con ansias: un sentido de identidad. Cuando le dan al individuo una razón, así sea de corto plazo, para existir en la sociedad, le implantan la idea de que es un actor funcional y necesario para la supervivencia de la comunidad, dándole un sentimiento de status social en su mente por percibirse relevante. Pero además de eso, nosotros como individuos tenemos incentivos de mejorar la sociedad porque nuestra propia libertad depende de esta. Mucha gente piensa que Adam Smith establece que el ser humano es egoísta y así encuentra su felicidad, pero en verdad establecía que el ser humano busca el “interés propio”, esto implica que el ser humano no puede alcanzar su potencial por si solo, somos seres sociales que buscan que su entorno sea el más beneficioso posible para operar libremente. Por esa necesidad de armonía, tenemos el sentimiento de querer contribuir activamente a la estructura social, lo que coloquialmente llamamos “hacer del mundo un lugar mejor”.


Sin embargo, estos incentivos de contribuir positivamente a la sociedad pueden ser fácilmente instrumentalizados, porque los discursos políticos siempre estarán encuadrados en defender un fin legítimo como “queremos acabar con la corrupción” o “hay que ayudar a los necesitados”, pero las personas tienden a ignorar el medio por el cual se va a lograr ese fin. Es decir, se ignora si el medio propuesto es fácticamente posible o, peor aún, que ese medio es inmoral. Esta es la razón por la cuál los discursos nacionalistas han tenido gran impacto en la historia, porque apelan a un atributo de la persona, como ser de cierta etnia o postura política, y lo exaltan en gran manera, lo que lleva a los seguidores a defender un fin, que bajo su percepción es correcto y legítimo, pero que ignora los daños que acarrean en el proceso.


La segunda etapa, y como lo habíamos establecido antes, se trata de que una ficción es efectiva cuando genera miedo en las personas. La razón de lo anterior es porque no hay un triunfo electoral asegurado si la gente percibe que las propuestas de la contraparte también son razonables. Para acarrear el mayor número de votos posibles hay que vender la imagen de que tú, como político, eres la única alternativa posible o que tu competencia sólo traerá un escenario catastrófico. Esta es la razón por la cual la mayoría de la propaganda política se enfoca principalmente en deslegitimar a quienes tienen una postura política contraria, en lugar de resaltar las propuestas que se planean.



Imagen tomada de: sentiido.com


Este miedo colectivo se estructura bajo la idea de que si la contraparte se hace con el poder, las personas van a perder sus derechos y privilegios ya adquiridos. Por ejemplo, actualmente los discursos para deslegitimar a los partidos de izquierda se fundamentan bajo la idea de que las personas van a perder su propiedad privada. En el otro lado de la moneda, los líderes autoritarios de izquierda, enfocan el miedo en que el imperialismo de los países de primer mundo y las corporaciones privadas van a arrebatarle la libertad al pueblo. Este miedo se basa en la incertidumbre del futuro. Las personas no saben con certeza que va a pasar, pero si un político crea una ficción que tenga la capacidad de generar una imagen mental clara sobre el posible escenario, hace que las personas se vean motivadas a actuar por ese miedo generado, a pesar de que el escenario pintado esté alejado de la realidad.


Por último, hay que explicar cómo se expanden estos mitos y ficciones en el grueso de la población. Actualmente, el poder de la información se ha convertido en el poder más importante dentro de la política. En novelas distópicas como 1984 de George Orwell ya se concluía que no es necesario el uso de la fuerza bruta para mantener un gobierno autoritario, basta con que el ciudadano no conozca otras alternativas de estilo de vida. Una persona que se encuentra en una burbuja de información, donde solo interactúa en un entorno con ideas homogéneas, obtiene un sesgo auto confirmatorio de sus propias creencias.


Este es el gran poder que manejan las grandes empresas por medio del marketing y la sobresaturación de la información. Los escándalos de Cambridge Analytica protagonizados por Facebook son el claro ejemplo de esta realidad. Facebook robaba información de sus usuarios y la vendía a empresas con intereses políticos, haciendo publicidad focalizada a las personas para que votaran por un candidato. Incluso se ha dicho que esta situación fue decisiva para el triunfo de la campaña de Donald Trump en los Estados Unidos. En el caso de Colombia se vió presente en una situación relacionada con el actual candidato presidencial Federico Gutierrez. Durante 2016 y 2017, el entonces alcalde de Medellín habría gastado 130.000 millones de pesos en publicidad para favorecer la imagen de su gestión. En esta nueva era política, el capital económico y político ha perdido peso frente al capital social y simbólico. Las redes sociales le dieron una vuelta de 180º a la forma en como se hacía campaña política y las nuevas generaciones han cambiado la dinámica del poder.


En conclusión, la democracia a la que nos enfrentamos hoy en día es un reto entre distinguir la verdad de la ficción. Si queremos buscar una salida política que beneficie a Colombia después de las próximas elecciones presidenciales, es menester separar las propuestas coherentes de las meras afirmaciones gratuitas. Hay que dejar de lado nuestras ideas preconcebidas y acudir a la herramienta más importante que tiene el ser humano: la razón. Jacques Derrida expresa que los animales que no tienen párpados, como las abejas, trabajan y actúan de la misma manera, pero el ser humano puede cerrar los ojos y reflexionar sobre la realidad. Romper con estas ficciones y salir de estas burbujas de información se consigue haciendo cosas tan rutinarias como ver los debates presidenciales y escuchar con atención si lo que se expone es una idea general en la que cualquiera está de acuerdo, o es un argumento con razonamientos e impactos probables. No podemos seguir dejándonos llevar por las emociones y el miedo, ese modus operandi es la razón por la cual se fortalece el status quo. Mientras la democracia siga funcionando de igual manera que la religión, seguiremos siendo tratados de esa forma, no como ciudadanos y actores de cambio, sino como discípulos y peones.


Nota: La información expresada en este artículo no compromete la voluntad de la Universidad del Rosario ni del Periódico Enclaustrados.


 
 
 

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