Con más de trescientos años, el Claustro de la Universidad del Rosario ha albergado millones de estudiantes dispuestos a aprender íntegramente de sus profesiones en cada una de las aulas. Sin embargo, para todos es claro que la vida estudiantil trasciende las clases y se materializa también en las experiencias vividas en las instalaciones de la universidad, por lo que no es sorpresa que en un ambiente colonial como el del Claustro se escuchen en los pasillos rumores sobre muertos y fantasmas. En definitiva, cada estudiante guarda en su memoria al menos una experiencia de terror vivida en la universidad. Por esto, a propósito de una fecha tan popular como Halloween, en las siguientes líneas encontrarán dos relatos basados en las experiencias paranormales de los estudiantes de la universidad.
Relato 1 – Basado en la experiencia de Ana Torres
En los primeros semestres de mi carrera, Torre 2 siempre fue un lugar confuso, especialmente por la distribución de los baños —un piso tiene baño de mujeres, el siguiente de hombres y así sucesivamente—. Era mi segundo semestre en la universidad y mi clase se desarrollaba de manera normal en uno de los salones de esta torre, acabándose, como de costumbre, a las 5 de la tarde. La universidad era cada vez menos concurrida, la mayoría de estudiantes ya había salido rumbo a su casa y quienes aún estábamos en la universidad nos disponíamos a hacer lo mismo.
Antes de salir de la universidad, decidí entrar al baño. Fui a uno de esos que quedan bajando las escaleras del primer piso de Torre 2. Antes de entrar, me asomé un poco para comprobar que no estuviera muy lleno, como suelen estar, por ejemplo, los baños de CASUR. Ya empezaba a hacerse tarde y cuanto más temprano llegara a mi casa, mejor. El baño estaba completamente vacío y el único sonido que se podía percibir era el de mis pasos mientras entraba a uno de los dos cubículos —el más cercano a la puerta— que tenían las puertas abiertas de par en par.
El baño se mantuvo en su inquebrantable silencio mientras yo revisaba algunas cosas en mi celular antes de abandonar el cubículo. De repente, el ambiente cambió y oí el rechinar de la puerta del cubículo contiguo al mío. Una sensación extraña me invadió, pues en ningún momento percibí pasos o sonido alguno que indicara que otra persona había ingresado. Ansiosa, bajé la mirada hacia la ranura entre la división de los cubículos y el suelo, para después comprobar que no había nadie en ese cubículo, excepto que la puerta ahora estaba cerrada.
Estaba alarmada. Aunque hasta el momento no había pasado nada más, no podía evitar extrañarme por los sucesos de los últimos cinco minutos. A contrarreloj, empecé a recoger mis cosas, abrí la puerta del cubículo y salí hacia los lavamanos, donde solo me encontré con mi reflejo en el espejo. En el mismo espejo se reflejaba la puerta cerrada del cubículo al que yo no había entrado. Me giré y, estirando mi b