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Juan Sebastián Cabarcas

El manifiesto del voto en blanco

Cualquiera que se involucre, estudie o al menos sepa de política será consciente de lo compleja que es, por lo que la noción de entender la política siempre remitirá a un conocimiento imperfecto. De hecho, lo mismo puede decirse de cualquier objeto de curiosidad humana, ya que, como han señalado los filósofos de la epistemología desde la antigüedad hasta la modernidad, es imposible tener un conocimiento perfecto de cualquier cosa. La mente humana es imperfecta, y todos sus productos también lo son, como el entendimiento, las relaciones y los modos. Desconozco si la política es producto de la mente humana o si es producto de la evolución natural de la sociedad, pero la forma en que la entendemos lo es y es imperfecta. El universo de posibilidades y conjeturas involucradas en la política es tan vasto que comprenderlo constituye una ardua tarea para la mente humana. Por eso la positivización de la política ha sido un proceso tan controvertido y se ha puesto en duda la plausibilidad de una ciencia política. Pero quizás precisamente lo que no nos descalifica es ese «depende» que nos ha valido a nosotros, politólogos, el título de «científicos de la incertidumbre» y nuestra insistencia irrevocable en la sistematicidad de lo hipotético en el campo abierto.


Se postulan modelos científicos. Y modelos de modelos. Y modelos de modelos de modelos. La simplificación parece ser la norma y el objetivo final. No es de extrañar, pues, en nuestra sociedad, coincidimos en que la esfera política incluye la res publica y, por tanto, debe estar libre de barreras que la mantengan en un hermetismo elitista y/o académico. Se intenta así integrar las diferentes doctrinas políticas en el espectro político. Los conceptos relacionados con la teoría política se simplifican enormemente a los de «gobierno» y «ciudadanía». Incluso se plantea la lógica un tanto infantil según la cual en política hay «buenos» y «malos». Uno u otro. Éste o aquél. Blanco o negro. La política está llena de atajos que hacen que sea mucho más fácil de entender pero que a menudo nos llevan a conclusiones erróneas y sesgadas.


No es ningún secreto que uno de los conceptos de la política más afectados por estos atajos es el voto en blanco. Tanto es así que gran parte del verdadero significado de su existencia se ha perdido en la traducción. Y la debilidad de la pedagogía electoral es responsable de la propagación de todos los mitos y reducciones que lo rodean. Sin embargo, hay una razón para el comentario repetido de que un voto en blanco es un voto a la basura o para la eterna advertencia de que ahora no es el momento de votar en blanco. Las cosas no se dicen sólo porque sí.


La idea de no votar por un candidato en particular genera un poco de conflicto. Más aún cuando la elección parece convertirse en una cuestión de vida o muerte. Y cuando nos encontramos entre la espada y la pared, «ninguno de los dos» puede ser una opción deseable, pero irrealista o hasta inconcebible. Simplemente tenemos que optar por algo que nos haga el menor daño posible. Tal vez por eso el voto en blanco es considerado una manifestación política carente de sustancia y sus promotores como marginales que votarían por la anarquía dada la oportunidad. Pero no. Nada más lejos de la realidad. Hay mucha tela que cortar sobre el voto en blanco, desde qué es, qué significa y qué efectos políticos tiene. A ello dedico este artículo.


El voto en blanco es ante todo una manifestación de insatisfacción. Insatisfacción con los candidatos. Insatisfacción con el carácter. Insatisfacción con la plataforma de campaña. Insatisfacción con el manejo de los asuntos. Insatisfacción con las elecciones. Surge de la incapacidad del voto tradicional para captar la voluntad de una ciudadanía que no se siente representada por el proceso electoral. No deja de ser parte de la elección, pero no participa de las opciones ofrecidas, comportándose como una abstención activa. No se trata de un voto nulo o vacío, como muchos pueden creer, sino de la manifestación de una posición de incredulidad en la idoneidad de la elección. Y es una preferencia tan válida como votar por un candidato de derecha, de izquierda o de centro.


Como posición política válida, el voto en blanco en Colombia está consagrado y protegido por la ley y la Constitución. La Corte Constitucional a través de la sentencia C-490 de 2011 reitera el valor de la expresión del voto en blanco, y además da los efectos en aras de proteger la libertad del elector y una injerencia decisiva en el proceso electoral. Sería la legislación posterior la encargada de definir estos efectos. No quedaría en una mera expresión, ahora tendría consecuencias tangibles. El Acto Legislativo 1 de 2009 y la Ley 1475 de 2011 regulan los casos de victoria del voto en blanco. Si el voto en blanco obtiene la mayoría absoluta de los votos en primera instancia, deberá repetirse la elección, y en el caso de un cargo unipersonal, no podrán presentarse los mismos candidatos. En una segunda instancia, cuando el voto en blanco reúna la mayoría de los votos, el candidato que inmediatamente quede en segundo lugar será declarado ganador de la elección. Hasta cierto punto, se podría decir que el cometido del voto en blanco es una segunda oportunidad. Una segunda oportunidad para que la elección refleje verdaderamente la voluntad de los ciudadanos.


Entonces es cuando podemos constatar que el voto vacío tiene efectos significativos e importantes que muchas veces no son plenamente dimensionados. Su potencial es tan grande e incomprendido. Y aunque también cuenta en el proceso electoral, acaba siendo una expresión marginal. Termina representando el infame «voto perdido» que para muchos no es más que otra cifra sin sentido que forma parte del escrutinio o el «voto saboteador» que arruina las posibilidades de que un candidato gane en favor de otro.


Pero quiero proponer otra cara del voto en blanco: la demanda. Demanda de reivindicación de los derechos de los ciudadanos. Demanda de un proceso electoral íntegro. Demanda de candidatos competentes.


Durante las elecciones de los consejos estudiantiles de la Universidad del Rosario del año pasado hubo un movimiento generalizado por el voto en blanco. Se alegaba la carencia de idoneidad de las listas y la pertinacia de una lista para algunos consejos, como en las elecciones del Consejo Estudiantil de Ciencia Política y Gestión Urbana, y la ausencia de candidatos independientes, como en las del Consejo de Jurisprudencia. La campaña del voto en blanco estuvo rodeada de polémica y tuvo una recepción mayoritariamente negativa entre el estudiantado. Fue un movimiento cuyo impacto no traspasó las barreras de las redes sociales y no hizo ningún esfuerzo de concienciación de ningún tipo sobre el voto en blanco. Y no es que hayan tenido mucho impacto las acusaciones de la campaña contra algunos candidatos de que «sólo les interesaba la rumba y su popularidad». Una vez más el voto en blanco quedó en cierta forma marginado. Pese a ello, la estrategia dio sus frutos y se repitieron elecciones en algunos consejos, tanto para representantes como para algunas presidencias.


Estas elecciones lucen completamente diferentes a las elecciones anteriores. No hay señales de los promotores del voto en blanco o puede que ya no sean tan abiertos y porfiados No sabemos exactamente qué ocurre. Algunos dicen que en estas elecciones simplemente se puede elegir entre más y mejores candidatos. Otros dicen que la campaña es innecesaria porque hay más conciencia electoral. Y otros dicen que el aire que se respira en estas elecciones es principalmente de resignación y conformismo. Tiendo a inclinarme por lo último, sobre todo teniendo en cuenta que la percepción sobre la representación estudiantil no ha cambiado mucho. Sigue siendo considerada una figura que ha degenerado en un juego de egos, un crudo ejemplo de elitismo puro y duro e incluso una institución legitimista sujeta a las directivas de la universidad. De esta forma mucha gente ni siquiera se molestará en salir a votar. Las elecciones de los consejos estudiantiles se convierten así en un ritual anual sin sentido que revela una desgana absoluta.


Sea como fuere, creo que aún hay algo que se puede salvar. La experiencia de la elección pasada nos ha enseñado que podemos reclamar. Y reclamar dará resultado. No estoy interesado en anunciar mi intención de voto. Ni mi posición ante la representación estudiantil. Ni si creo o no en la democracia. Mucho menos quiero influir en el voto o la opinión de nadie. Un poco irónico, dado que titulé este artículo El manifiesto del voto en blanco. Pero la cuestión aquí es que, como estudiantes y ciudadanos en el pleno ejercicio de nuestros derechos políticos, debemos hacer que nuestras exigencias sean expresadas y cumplidas. Debemos insistir tanto como sea necesario. El voto ya no debe ejercerse con miedo a las consecuencias para nosotros, sino para quienes buscan ser elegidos para cargos gubernamentales. El poder es bidireccional y no sólo se configura como una herramienta de los gobernantes, sino también de los gobernados. Creo que sólo así el ejercicio democrático en todas sus escalas, desde la universidad hasta el país, volverá a tener el significado que tenía, si es que alguna vez lo tuvo.

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