Filbo: privilegio nublado por la costumbre.
- Miguel Ángel Guío
- hace 3 días
- 2 Min. de lectura
Tuve el placer de conocer a un italiano sumamente inteligente, noble y amable. Durante su estancia en Colombia, tuvo la oportunidad de asistir a un par de fechas de la Feria del Libro de este año, y yo tuve la fortuna de acompañarlo junto a un grupo de amigos. Uno de sus comentarios tras el primer día me sorprendió enormemente: “es mi primera Feria del Libro en la vida”.
La primera idea que vino a mi mente fue producto de esa autoprecarización que solemos imponernos quienes vivimos en el llamado “tercer mundo”: ¿acaso en Europa no nos llevan la delantera en todo? ¿Cómo es posible que un italiano nunca haya asistido a un evento así en su país? Estas preguntas me llevaron a algunas conclusiones.
Estamos llenos de complejos frente a culturas ajenas. Dependemos de las conductas y tendencias de aquellos que hemos asumido como superiores y tendemos a ver nuestro país como algo menor frente a otros, especialmente en relación con el norte global.
Ante esto, lo único que me queda por hacer es apostar por un activismo silente: invitar, sin alardes, a participar en estos espacios y sentirnos genuinamente orgullosos de ellos. Siempre he valorado una idea de uno de mis profesores más apreciados: la multitud cultural, la conglomeración, la congregación en torno a un evento, es una forma de democracia.
La Feria del Libro es un espacio para compartir ideas; para fortalecer vínculos familiares, sentimentales y amistosos; para fomentar hábitos tan bellos como la lectura; y para aprender de personas que tienen ideas sumamente valiosas por compartir.
Claro que es comprensible que, en ocasiones, la multitud resulte agobiante. Sin embargo, la feria también es un lugar para sentirse libre, para disfrutar ese cansancio grato que deja un buen día, y, lo más importante, para compartir con quienes más queremos.
Este texto es, en el fondo, un homenaje a nuestro amigo italiano, a Bogotá, a los libros y a los nuestros.
Foto tomada de: El eco