Por años nos han vendido el discurso de que Colombia tiene una de las democracias más antiguas y estables de América latina, nos han dicho que los gobernantes son elegidos por el pueblo y que es la voluntad de los colombianos la que dirige a esta nación. Pero todos estos discursos de institucionalidad terminan siendo falacias para ocultar la democracia enferma y tóxica que por años ha permanecido en Colombia. En este artículo revisaré esa enfermedad que tiene agonizando a nuestro país, el cual en estos tiempos de elecciones tiene un complicado y desalentador diagnóstico.

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Lo mejor es empezar por las elecciones: en Colombia gana quien los grandes capitales del país designen, no a quien el “pueblo” realmente desee. El motivo es sencillo, son los grandes cacaos de este platanal los que financian las campañas de los candidatos, sean de izquierda, de derecha o del mal llamado centro; todo con sus intereses de por medio y quedando como acreedores de favores a los políticos que lleguen al poder. Juegan a tres bandas, ganando por todos los lados y colocando su dinero en todas las campañas, sea con donaciones, préstamos o por los llamados “otros ingresos” que llegan para financiar el show de cada 4 años.
Para colmo, las elecciones se han convertido en un espectáculo de marketing donde poco importan las propuestas o las ideas, el valor está en cómo vender a una persona para que guste más entre los demás, con discursos populistas, plazas llenas, abarrotando las calles y las redes con la peor contaminación visual y auditiva. Además, la abstención es una constante, pues muchos ya han perdido la fe en un sistema donde se compran votos, los muertos aparecen como votantes y se pone en constante duda la transparencia de las entidades encargadas de llevar a cabo el conteo y escrutinio.
Se sigue con la inmensa corrupción que es rampante en el país. Los políticos traen los peores virus que enferman a Colombia, ya sea sobornando al electorado, mal usando el poder, sacando provecho de los contratos del Estado, creando cargos e instituciones innecesarias, devolviendo favores, con nepotismos o con tantas otras formas de apuñalar la confianza de las personas y al erario público. Pareciera que no vivimos en una democracia donde el pueblo tiene el poder, sino en una cleptocracia donde el poder está en los bolsillos y las billeteras, mientras que los ciudadanos nos limitamos a ser idiomas útiles para sus intereses.
A todo lo anterior hay que añadirle unas instituciones frágiles que no logran cumplir de manera eficiente los trabajos para los que se han creado, tienen una burocracia excesiva y están completamente desconectadas de los ciudadanos. Además, hay un Estado mal estructurado, pues el sistema de pesos y contrapesos realmente está desbalanceado, haciendo que todas las ramas del poder estén afectadas por el padecer de la democracia; sin olvidar que los políticos siempre deciden en torno a sus intereses, a los de los directores de los organismos de control y los de las autoridades administrativas que tienen un papel técnico.
Los males de los que padece la democracia en Colombia se ven en todos los niveles, tanto en el ejecutivo como en el legislativo y el judicial, en entidades públicas y privadas, a nivel nacional y territorial, e inclusive en colegios y universidades como si se convirtiera en una pandemia perpetua en nuestro país. Todo esto hace que estemos llegando a un punto sin retorno, cada día son más los que queremos salir del país, los que desconfiamos de las autoridades y no vemos un cambio en el futuro cercano, los que votamos pensando en el menos malo y no en el más óptimo.
No quiere decir esto que sea el final del país, aún se pueden hacer los cambios necesarios y empezar a tener un Estado que realmente sea como aquel que se soñó en 1991, uno que corrija el mal rumbo que desde la política le han dado a esta nación. La puerta sigue abierta para pensar en las reformas, empezar a aplicar teorías que se han dejado de lado, como el financiamiento de las campañas por el Estado y no por los privados o la independencia de los entes de control de las ramas del poder, aún se puede hacer el cambio que cure nuestra democracia y dejar de una vez por todas los placebos que cada tanto nos venden antes de votar.
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