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Manifiesto tecnócrata

“Un fantasma recorre Colombia: el fantasma de la tecnocracia”.


El gobierno persigue a la disidencia fundamentada, los políticos anteponen su agenda al bienestar general, el votante se guía por sus emociones y prejuicios antes que por la razón, y todos los males que aquejan a la sociedad se le achacan a quienes en realidad trabajan en sus soluciones. Históricamente siempre ha sido así: la cabeza que rueda es la del ministro, el director, o el secretario, pero nunca la del presidente, el congresista, o el alcalde. Pero ahora, la política ha dado un paso más allá y ha declarado una guerra sin cuartel contra el conocimiento técnico, la ciencia, y sus defensores, contra ese fantasma al que antes la sociedad no ubicaba, pero que ahora se le dice que es el enemigo. La diferencia es que ahora este fantasma no se podrá dar el lujo de recibir el golpe pasivamente como siempre lo ha hecho, sino que tendrá que contraatacar, asegurar su supervivencia, y reclamar el lugar que merece y que solo él es capaz de asumir.


Hoy en día, la democracia liberal en todo occidente enfrenta uno de los más grandes desafíos en su historia: aliviar las tensiones populistas que la amenazan y luchar contra el oscurantismo intelectual de la posverdad y el posmodernismo. El problema es que pareciera que estos males son inherentes a la democracia moderna. El populismo se gesta en las propias entrañas de la democracia liberal, producto de, por un lado, extremistas que, irónicamente, afirman defender sus principios, y por el otro, de la incapacidad de occidente de universalizar su sistema y sus logros en el mundo post guerra fría, lo que impulsó el desencanto con el mismo a lo largo del globo hasta que, finalmente, llegó a sus propios territorios. Paralelamente, la cosmovisión posmoderna que antepone el subjetivismo y la prevalencia de las opiniones, sentimientos y experiencias, sobre la razón y la búsqueda de la verdad, es el arma perfecta para el proselitismo inherente a la democracia liberal. ¿Qué importan los hechos, los datos y el cálculo racional, cuando el candidato de tu preferencia da discursos grandilocuentes, apela a las emociones, y lanza una cruzada por la ideología? La difusión de mentiras, la radicalización del discurso, y el abandono de los métodos y modelos funcionales pero contrarios a la ideología, ya no son una opción en el debate político, son una obligación. Ya atrás quedó la concepción de la razón como luz para gobernar: la prioridad es ganar elecciones y conseguir la supremacía. Estos problemas se antojan endémicos para la democracia del siglo 21.


Colombia no ha sido ajena a la crisis de la democracia liberal, y de hecho, ha sido una de sus grandes víctimas. La elección pasada supuso el pico de la debacle en la que ya venía la democracia colombiana. El país se vio obligado a elegir entre dos candidatos corruptos, mentirosos patológicos, y con planes de gobiernos ambiguos, irrealizables, o inconvenientes, construidos a partir de la cosmovisión de un único líder, no de la minuciosa lectura de la realidad del país y un portafolio diverso de soluciones de todo origen. Al final, el candidato que ganó se propuso acabar con todo avance social anterior a él, y reconstruir el mundo de acuerdo a su única y correcta visión. Y cuando sus propios funcionarios con criterio le advirtieron sobre los riesgos de unas reformas tan fundamentalistas, el presidente declaró la guerra santa contra el gran mal a combatir, el “neoliberalismo”, y contra sus acólitos que tienen la culpa de todos los males que aquejan a Colombia, los llamados “técnicos”. Purgo al estado de estos herejes enemigos del pueblo, y puso a fieles creyentes para impulsar su proyecto nacional. Hoy en día, ese proyecto se estanca ante la incapacidad de los fieles creyentes de ejecutar la maquinaria titánica que es un estado, pero lejos de recurrir a la razón y respetar la labor del técnico, el presidente se atrinchera en la ideología ciega e intenta mover a sus bases como un intento de respaldo a este respaldo utópico.


No obstante, creer que antes las cosas eran una maravilla y funcionaban a la perfección es iluso y mentiroso; si por algo ganó el nuevo gobierno, fue porque aplicar las tácticas de la posverdad fue supremamente fácil bajo otra administración incapaz, débil y ciega. Los que hoy se declaran defensores de la labor técnica ocultan el hecho de que, cuando ellos tenían el poder, en realidad lo despreciaban, tal vez con más sutileza que los gobernantes de hoy, pero lo despreciaban. ¿No fue acaso bajo estos gobiernos que los órganos de planeación se convirtieron en fortines de mermelada? ¿No ignoraron todas las contribuciones de la academia de cómo implementar política, solo por aferrarse a una ideología minimalista de cómo administrar un estado, pero a su vez, renegaron las acciones de dicha ideología que hubieran supuesto sacrificios de sus privilegios? ¿No fueron estos los gobiernos perezosos que nunca se tomaron la tarea de construir un sistema tributario eficiente, no distorsionante y progresivo, y en cambio tomaron el camino fácil de gravar a los alimentos y a las empresas? ¿No fueron estas las administraciones que, lejos de plantear políticas de estado en pos del crecimiento a largo plazo y la lucha contra la pobreza, se limitaron a confiar en las rentas del sector primario y solo actuar cuando estas disminuían? ¿Y acaso no fueron los políticos de estas épocas los que ignoraron las dinámicas regionales, ya bien fuera por mezquindad o por una convicción genuina de que desde una sola ciudad, con una sola política uniforme, es posible gobernar a 50 millones de habitantes considerablemente diferentes entre ellos? Gobiernos perezosos, permeados por la ideología, clientelistas, y, en último y discreto término, anti técnicos es lo que fueron estos gobiernos. E igual de culpables son todos aquellos que dicen defender la labor técnica, pero que en realidad permean su ciencia con ideología, ignoran las contribuciones de sus compañeros con opiniones diferentes, y se venden a los políticos con tal de codearse en sus altos círculos de poder. Hay que reconocer que la tecnocracia contemporánea colombiana no ha cumplido a cabalidad con sus deberes hacia la sociedad, y aprender de sus errores en vista al futuro.


Pero en último término, es la democracia liberal la que le ha fallado a Colombia. Sus líderes no piensan en el bienestar general, solo en su beneficio; ha explotado las emociones del votante y lo ha instrumentalizado para que el candidato alcance la posición que desea sin importar las heridas que le queden al país cada cuatro años; ha degradado a la verdad y al pragmatismo en pos de la ideología y la confrontación, siendo los verdaderos perdedores los más necesitados por soluciones; y ha puesto un yugo al libre ejercicio de la labor técnica sin estigmas, solo empleándola para ejecutar la parte de la ciencia que le convenga al plan unilateral del gobernante de turno. Y dado que la perspectiva para la democracia liberal es que su crisis se va agravar, y que las mentiras, los populismos, y la concepción de ideas sobre evidencia se van a quedar, mientras Colombia sigue sin recibir las soluciones para los tiempos duros que la aquejan, se hace necesario derogarla; en cambio, hay que construir una forma de gobierno en la que las discusiones se den desde la evidencia y la razón, no desde dogmas inamovibles; en la que el ejercicio de la política no sea vulnerable a la volatilidad de una masa manipulada por un líder; en el que las posiciones de poder sean ocupadas por lo más capacitados para la labor, no por ignorantes que supieron venderse a la multitud.


Hay que construir una tecnocracia pura, una estructura de estado en la que el poder lo ocuparán las mejores mentes de cada campo, quienes a su vez serán elegidas por un grupo de amplio de sabios, en la que el ascenso en la escala se conseguirá por resultados concretos y comprobables, no por el juego sucio y sin mérito de una elección popular, y en la que las autoridades regionales tendrán carta blanca para implementar soluciones fundamentadas, pero enfocadas a sus territorios, lejos de una matriz ideológica impuesta desde Bogotá; quienes logren mejorar el bienestar de sus regiones y construir sistemas eficientes, podrán subir en el estado y aspirar a las grandes posiciones; mientras que, quienes fallen en su labor por incapacidad o por usar el estado para conseguir beneficios propios, serán duramente castigados y expulsados de la tecnoestructura. Naturalmente, el pueblo tendrá que renunciar a su (supuesto) derecho de elegir a los gobernantes, pero a cambio, la tecnocracia le asegurará seguridad y condiciones de vida materiales no solo dignas, sino cómodas y superiores a las de sus vecinos; si el estado fallara en cumplir esta promesa al pueblo, este tendría el derecho de revocar el trato.


Puede parecer una propuesta alocada, sin ningún precedente en la historia, pero no es completamente cierto. La experiencia de crecimiento del Este de Asia demuestra que buena parte de los milagros económicos alcanzados (Corea del Sur, Singapur, China continental, y Taiwán) se consiguieron bajo regímenes no democráticos, dictaduras autócratas pero que respetaron la labor técnica y no intervinieron en el desarrollo de múltiples modelos de crecimiento, desde sistemas de protección de la industria nacional hasta libre comercio, desde mercados libres hasta sectores con fuerte presencia estatal, ninguna idea fue descartada si podía contribuir a que estos países, de los más pobres del mundo en su momento, salieran adelante. Hoy en día, el Este asiático es una de las regiones más ricas del planeta, y lo consiguieron en menos de 30 años. Pero en caso de que estas experiencias sean muy brutales, la evidencia colombiana también habla a favor de la labor técnica; la estabilización macroeconómica conseguida por el Banrep y su control de la inflación, junto al trabajo de sostenibilidad de gasto del minhacienda, ha sido determinante en garantizar crecimiento sostenido que se vea reflejado en la calidad de vida; la construcción del sistema de cuentas nacionales, en cabeza del DANE, ha sido vital para la formulación de política pública, en particular de alivio a la pobreza; el balance público-privado, no sesgado por el fundamentalismo sino en búsqueda de la eficiencia, ha generado los avances sociales más destacados, como el sistema de salud. Ha sido la tecnocracia la que ha dado al país los progresos que los colombianos han alcanzado a probar, no la benevolencia de un líder democrático o la lucha de un movimiento. Si con una labor técnica intermedia Colombia ha logrado avanzar en treinta años y comenzar a pensar en salir de la pobreza, ¿Qué logros podría conseguir un estado totalmente guiado por la razón, la academia, y la ciencia?


Sin lugar a dudas, el abandono (aunque sea temporal) de la democracia liberal puede causar escozor al lector, pero planteo las siguientes dudas sobre la conveniencia de mantenerla. ¿De verdad está representado el pueblo en el estado, cuando las elecciones se ganan con maquinarias partidarias, y quienes sí se eligen popularmente traicionan sus banderas a conveniencia? ¿Sirve de algo la supuesta libertad que el papel asegura, cuando los ciudadanos no tienen las condiciones materiales para gozar de la misma? ¿Cuál es el punto de elegir líderes, si no van a trabajar por sus electores? ¿No es mejor que el poder sea ocupado por los más capaces, operando bajo un sistema de incentivos en el que la única manera de obtener poder es mostrando resultados a la tecnoestructura y al país? Y citando a Deng-Xiaoping, premier chino que sucedió al oscurantismo ideológico de Mao y dirigió al país en su milagro, “¿importa el color del gato si este de todas formas puede cazar al ratón?”.


Colombianos, confíen en la tecnocracia y en la ciencia para sacar a este país de la pobreza. Y tecnócratas, nunca pierdan el norte de la labor: “La verdad nos guiará”.





Bibliografía:

• Alejandro, G. U. (2010). Cambio social en Colombia durante la segunda mitad del siglo XX. Repositorio Institucional Séneca. http://hdl.handle.net/1992/8229

• Anif. (2023, 9 octubre). Medidas de pobreza en Colombia: avances y retos. Diario la República. https://www.larepublica.co/analisis/anif-3478852/medidas-de-pobreza-en-colombia-avances-y-retos-3724412

• Krastev, I. (2019). La luz que se apaga: Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz.

• Liy, M. V., Liy, M. V., & Liy, M. V. (2021, 30 mayo). Así se fraguó el milagro industrial de Asia oriental. El País. https://elpais.com/economia/2021-05-30/asi-se-fraguo-el-milagro-industrial-de-asia-oriental.html

• Todorov, T. (2012). Los enemigos íntimos de la democracia. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

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